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La asfixia interna no aparece en el balance financiero, pero es la causa principal del deterioro silencioso de las organizaciones. Existe una patología silenciosa que no distingue de tamaños. Afecta por igual a corporaciones globales y a empresas medianas en crecimiento.
Nacen con una visión clara y un ADN único. Pero en el proceso de «profesionalizarse», la estructura comienza a canibalizar la esencia.
El diagnóstico es clínico: la organización sufre de asfixia interna.
No es un problema de mercado; es un problema de liderazgo. La empresa se refugia en procesos y jerarquías que, irónicamente, protegen a la organización de la misma pasión humana que la hizo crecer.
Cuando la «seguridad del puesto» importa más que la «valentía de la idea», la marca pierde su corazón. Y una marca sin corazón es incapaz de conectar hacia fuera, por mucho que invierta en investigación, marketing o publicidad.
El primer síntoma no aparece en la cuenta de resultados; aparece en la máquina de café.
Cuando la dirección deja de liderar personas y empieza a «gestionar recursos», se genera un caldo de cultivo tóxico:
La audiencia externa lo percibe. Una marca cuyos empleados están «apagados» nunca podrá encender a un cliente.
Aquí reside la mayor contradicción estratégica del sector.
Vemos directivos que aprueban presupuestos de varias cifras en investigación de mercado, tecnología y campañas externas para «conectar con la audiencia». Sin embargo, ignoran que su principal canal de conexión (su equipo humano) está roto.
Invertir en marketing mientras «tu motor principal está roto» (un equipo quemado) es como intentar llenar un cubo agrietado. La dirección asume la responsabilidad de la inversión económica, pero a menudo abdica de la responsabilidad máxima: la salud cultural de la organización.
La asfixia a menudo no proviene del sistema abstracto, sino de quienes lo ejecutan. El diagnóstico revela la figura del «Gestor de Silla».
Son perfiles que ocupan cargos de responsabilidad, pero que han renunciado a ejercer el liderazgo.
Este perfil es un lastre para el ADN. Y si la Alta Dirección no lo detecta y corrige, se convierte en cómplice de la mediocridad.
La recuperación del ADN no se logra con un cambio de logotipo ni con acciones de team building cosméticas.
Se logra recuperando el Liderazgo Cultural.
Esta responsabilidad es indelegable: comienza por la Dirección y debe permear hacia abajo.
El mercado está saturado de «gestores». Lo que las marcas (y los trabajadores) piden a gritos son referentes.
Necesitamos líderes que entiendan que el activo más valioso no es la estrategia en el papel, sino la cultura que se respira en los pasillos. Si recuperas el corazón de tu gente, recuperarás el alma de tu marca.
El primer paso para restaurar la identidad no es táctico; es cultural. Si tu organización necesita recuperar su claridad y su propósito, el diagnóstico es el punto de partida.